Quienes están a cargo de estas personas durante la pandemia por el Covid-19 temen llevar el virus a los lugares donde viven los adultos mayores…y también a sus propias casas. Aún así, no piensan renunciar.
Aislados, sin sus familiares y sin estímulos están sobrellevando la pandemia muchos adultos mayores.
Sonia Von Dessauer, fisioterapeuta que trabaja desde hace 19 años en un hogar geriátrico en Santiago de Chile, donde actualmente viven 210 ancianos ubicados en tres torres que se comunican entre sí, lo explica: “Lo tremendo del Covid-19 es que para cuidar a los residentes hay que aislarlos y eso es lo duro, porque un adulto mayor lo que más necesita y lo que más quiere es cariño, cuidados y apoyo. Esa la gran paradoja de esta enfermedad tan infame”.
En América Latina y el Caribe, según datos de Naciones Unidas, viven cerca de 60 millones de personas mayores de 60 años y la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha advertido que esta población tiene mayor riesgo de tener síntomas graves si se contagia de Covid-19. Además, según el mismo organismo, en abril de este año el 50 por ciento de los fallecimientos a causa de esta enfermedad en Europa se había presentado en hogares geriátricos.
La OMS también ha sido clara en que las personas con comorbilidades como diabetes, hipertensión, obesidad, cáncer y problemas respiratorios o cardíacos tienen más probabilidades de contraer el virus y morir, y en el caso del hogar de Santiago de Chile donde trabaja Von Dessauer casi todos las tienen, con otro agravante: “Muchos presentan neumonía respiratoria porque tienen demencia, entonces nosotros constantemente tenemos pacientes que están con fiebre y cuando esto sucede se levantan todos los protocolos de aislamiento, porque uno no sabe qué origina la fiebre, puede ser por Covid-19. Esa tensión que se genera es desgastante para todo el personal de la salud y de enfermería, uno siente que pasa todo el tiempo pisando huevos”.
Hasta el momento, el hogar ha tenido ocho contagios con el virus, dos de ellos asintomáticos, una persona está en la clínica con ventilador, otra con síntomas leves y las demás ya están recuperados.
Según la fisioterapeuta, el Ministerio de Salud de Chile fijó cuarentena para todas las personas mayores de 75 años y recientemente, el 13 de mayo, el Gobierno estableció cuarentena total en Santiago.
La falta de estímulos está afectando a los residentes
Von Dessauer explica que la vida de los residentes ha cambiado radicalmente y esto los está afectando. Por ejemplo, una de las medidas adoptadas donde ella trabaja es suspender todas las actividades grupales.
El hogar cuenta con un gimnasio donde Sonia les realizaba ejercicios a sus pacientes antes de la pandemia, donde participaban de talleres y diferentes actividades en las que socializaban y se divertían. Todo esto representaba estímulos mentales y físicos para los residentes y ahora que no los tienen, explica la fisioterapeuta, muchos se han deteriorado.
Pasan el día encerrados cada uno en su habitación, allí les llevan la comida y les hacen las terapias médicas que sean necesarias.
Esta falta de estímulos también está presente en La Casita de Lili, un hogar para adultos mayores con demencia y Alzheimer de Bogotá, donde viven actualmente 12 pacientes repartidos en dos casas.
Ana Tulia López Betancourt, enfermera en jefe del hogar, cuenta que ahora sus residentes no salen a tomar el sol ni a caminar como sí lo hacían antes de la pandemia y la fisioterapia la realizan las auxiliares de enfermería, porque las fisioterapeutas no pueden ingresar, como tampoco los familiares de los adultos mayores.
Estos pacientes, por su condición mental, no son conscientes de la presencia del coronavirus ni del riesgo que corren, solo uno de ellos le preguntó a López un día por el Covid-19. Sin embargo, sus familiares sí están preocupados y llaman con frecuencia al hogar para preguntar cuándo podrán visitar a sus seres queridos.
En Colombia, las personas mayores de 70 años están en cuarentena y a partir del 1 de junio el Gobierno les permitió a las personas entre 60 y 69 años de edad realizar actividad al aire libre durante dos horas, todos los días.
En la Casa de Lili no han tenido ningún contagio con el virus, pero sí murió un residente por una falla cardíaca. En este caso, le permitieron a su única hija entrar a visitarlo días antes, durante media hora al día, para despedirse. Ella debía ingresar al hogar con las protecciones iguales a las de los cuidadores: mascarilla, tapabocas, gorro y monogafas.
Estas últimas son necesarias, porque, explica Ana Tulia, «como son pacientes con Alzheimer, se corre el riesgo de lesionarlos con la mascarilla. Yo les digo a las mujeres que trabajan conmigo que debemos tener todos los elementos de bioseguridad porque si se contagia uno, se van a contagiar varios».
En el caso del paciente fallecido, su muerte coincidió con la media hora de visita de su hija y él estuvo acompañado en el momento final, pero esta es una suerte que no todos creen tener. Como explica Sonia, “un día, una residente me manifestó que el mayor miedo que tiene con esta pandemia es no poder despedirse de su hija si se llega a morir por cualquier motivo”.
Los que están bien física y mentalmente se comunican por teléfono o por videollamada con sus pacientes, pero en los otros casos, los familiares son quienes llaman a preguntar cómo está su ser querido.
Los cuidadores deben seguir protocolos estrictos
Doris Atao Alarcón es una enfermera que cuida a una mujer de 104 años en Lima, Perú. Ella vive en su propia casa y la atienden dos enfermeras que se turnan cada tres días. Cada vez que ingresa a un turno entra a la casa con su vestimenta de diario, pasa a una zona ventilada donde se quita los zapatos y su ropa, y luego se ducha, después se viste con su uniforme, que incluye una mascarilla, y solo entonces pasa a saludar a la mujer que cuida.
En la casa también trabaja una persona que hace el aseo y cocina, y un conductor que se encarga de hacer las compras.
Todos se lavan las manos varias veces al día y si deben estar cerca de la señora, usan mascarilla. Entre ellos conversan de la importancia de cuidarse a sí mismos para no llevar el virus a su trabajo. Como dice Doris, “estoy estresada porque no quiero traer el virus acá y tampoco quiero llevarlo a mi casa, por eso trato de prevenir cumpliendo todos los procedimientos. Con mis compañeros hemos hablado de cuidarnos lo más que podamos en la calle, para no contaminarnos ni traerle el virus a la señora”.
Lima es la ciudad con mayores contagios en Perú y gran parte de la población está en aislamiento preventivo.
Sonia, por su parte, tiene un control sanitario todos los días al llegar al hogar, le toman la temperatura, después registra en un cuaderno si tiene síntomas, si ha tenido contacto con alguien contagiado y, una vez adentro, se viste con el uniforme y atiende a los pacientes con mascarilla que lleva puesta desde la entrada, se lava las manos antes de entrar a cada cuarto y al salir, y todo el personal conserva el distanciamiento social.
Al llegar a su casa, el primer lugar que pisa es el jardín, deja su cartera, su celular y sus llaves en un banquito, se quita la ropa, con mascarilla puesta entra a la casa vestida solo con ropa interior, se lava las manos hasta el codo, se saca la mascarilla, se lava la cara y entonces sí se viste y saluda a su familia. Desinfecta los zapatos, les pasa alcohol gel o una toallita húmeda con cloro a sus cosas.
A pesar de la tensión, del estrés y de la preocupación permanente por su salud y de la de las personas que cuidan, ni Doris ni Sonia ni Ana Tulia han pensado en renunciar.
Como dice Doris, “nunca he pensado en dejar de cuidar a la señora”.
Fuente: france24.com